No quedaba ni un sitio libre en las largas mesas, y cada vez llegaba más gente y tenían que esperar detrás de las barandas de madera que había junto a la caja registradora. Los que ya habían conseguido llenar sus bandejas de comida vagaban entre las mesas en busca de un hueco donde meterse o esperando que alguien se levantara, pero no había sitio. El estrépito de platos, sillas y voces, el arrastrar de pies y el zumbido de los molinillos entre aquellas paredes desnudas sonaba como el estruendo de una sola y gigantesca máquina.
Therese comía nerviosa, con el folleto de "Bienvenido a Frankenberg" apoyado sobre una azucarera frente a ella.
Patricia Highsmith 1942
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