SANTOS BARAJÓ las carpetas distraídamente. El fingimiento de alguna actividad le disculpaba de saludar uno por uno a los que iban llegando.
−Éstas se quedaron compuestas y sin novio en la última reunión.
La secretaria le enseñaba un montón de carpetas despechadas, apiladas en un canto de la mesa mostrador, llena de ficheros y carpetas frescas donde los miembros del Comité Central del Partido Comunista de España encontrarían el orden del día, el esqueleto del informe político del secretario general y la intervención completa del responsable del Movimiento Obrero.
−En mis tiempos se daba la vida por ser miembro del Comité Central y hoy se regatean fines de semana.
Santos sonrió a Julián Mir, responsable del servicio de orden.
−No cambio estos tiempos por aquéllos.
−No, Santos, yo tampoco, pero me da coraje la falta de consideración de algunos camaradas. Hay quien se tira setecientos kilómetros en un tren para venir a la reunión y hay quien se queda en Argüelles a media hora de taxi.
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