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Entró el mozo de cuerda por la calle de Hita, se detuvo en la de Tudescos, frente a un estrecho portal contiguo a una prendería, y dejó en la acera su carga para descansar un momento. Taría en la mano un bulto extraño, de forma estrambótica, envuelto en papel de periódicos, y en la derecha una caja cuadrada no muy grande, recubierta con tela de sacos. Limpióse después el mozo el sudor de su frente con la blusa, metió los dos bultos en el portal, encendió un fósforo que aplicó a la colilla que se deshacía en sus labios, y quedó sumido en hondas meditaciones.
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