¿hasta qué punto el primer párrafo de una novela es importante?
los hay descriptivos, los hay misteriosos, los hay que resumen toda la historia, los hay que despiertan la curiosidad...
a menudo es lo último que escribe el autor, precisamente porque sabe que la continuidad de su lectura depende de este primer párrafo...pero, ¿siempre ha sido así? comprobémoslo.

divendres, 25 de setembre del 2009

Vladimir Nabokov - Ada o el ardor

"Todas las famílias felices son más o menos diferentes; todas las famílias desdichadas son más o menos parecidas", dice un gran escritor ruso al comienzo de una famosa novela (Anna Arkadievitch Karenina, transfigurada en inglés por R.G. Stonelower, editorial Mount Tabor Ltd., 1880). Tal aserto tiene muy escasa relación con la historia que aquí va a contarse, una crónica de família, cuya primera parte sin duda queda más próxima a otra obra de Tolstoi, Detstvo i Otrochestvo (Infancia y Patria, Ediciones Poncio, 1858).
La abuela materna de Van, Daria ("Dolly") Durmanov, era hija del príncipe Peter Zemski, gobernador de Bras d'Or, província americana del nordeste de nuestro extenso y multiforme país. El príncipe Zemski se había casado, en 1824, com Mary O'Reilly, una irlandesa del gran mundo. Dolly, hija única, nacida en Bras, se casó en 1840, a la tierna y fantasiosa edad de quince años, con el general Ivan Durmanov, comandante de la fortaleza de Yokón y pacífico aristócrata rural que poseía tierras en los Severn Tories (Severniya Terotirii), ese protectorado dividido en escaques al que todavía se llama la Estocia "rusa", que se confunde, orgánica y granoblásticamente, con esa Canadia "rusa", también llamada Estocia "francesa", cuya población, compuesta no solamente de colonos franceses, sino también de macedonios y bávaros, disfruta todo el año de un clima apacible bajo las barras y estrellas de nuestra bandera.

2 comentaris:

  1. simplement el millor "dribbling" literari de la història. Comença amb una cita d'Ana Karenina, tot seguit es queda amb tothom i diu que de fet el que explicarà no hi té res a veure. Genial. I a sobre deixa anar que ja t'hauries d'haver llegit dos Tolstois abans de començar. Tot seguit t'ataca amb noms de gent i països que no saps ben bé si se'ls inventa o són documentats, I quan menys te n'adones ja estàs liat en una saga familiar i política (i que si seguissis llegint veuries que és la història eròtico-romàntica més al.lucinant que mai s'ha escrit). Exquisit!

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  2. Qué placer produce la literatura en su estado más puro, ése que nos sumerge hasta la entraña de su concepción, hasta agotar todas las posibilidades de cada una de las palabras con las que está fabricada. Esa literatura que arrastra al lector por la pura fuerza de su estilo, por la pujanza incontrovertible de cada una de las frases, de los párrafos. Es difícil sustraerse al embrujo de una novela que parece escrita con una mágica capacidad de embeleso, como es “Ada o el ardor”.
    No es nada nuevo que Vladimir Nabokov es uno de los escritores más preciosistas de todos los tiempos. Epítome de la pasión por el estilo, su preocupación por la forma y por sus «divinos detalles» le convierte en un autor selecto y, en ocasiones, algo abstruso. Él mismo confesaba que escribía sin objetivo: «El libro que elaboro es algo subjetivo y específico. Cuando escribo mis cosas no tengo ningún propósito salvo escribirlas.»
    Un detalle que no pasa desapercibido en “Ada o el ardor”, novela en la que el hilo conductor, de existir, es tan tenue como poderoso es el amor de sus protagonistas. Sí es cierto que la pasión de Ada y Van, hermanastros que se enamoran desde que se conocen en los últimos coletazos de su niñez y que prolongan su historia de amor a lo largo del tiempo, es un motivo que otorga unidad y entidad al libro. No obstante, la afirmación de Nabokov es muy ilustrativa, ya que las vicisitudes por las que pasan los dos amantes, los altibajos de su relación —que sufre algunas desgracias con el paso de los años, que se interrumpe y se retoma, que presencia separaciones y viajes, alejamientos y muertes—, no son tanto elementos de una trama definida, sino hitos estilísticos dentro de una vorágine formal.
    Esto es al tiempo lo mejor y lo peor de la novela. No hay duda de que atravesar más de quinientas páginas sin la brújula que otorga una trama es arduo: la sensación de que ni el mismo autor sabe bien hacia donde se dirige desconcierta en algunas ocasiones y exaspera en otras. Hay partes del libro que desprenden tanta poesía que ésta se basta por sí misma para mantener la atención: como si de una composición musical se tratase, Nabokov puede mantener en vilo al lector simplemente gracias al embeleso que produce su hipnótica prosa; de hecho, los protagonistas basan buena parte de su encanto en el fabuloso despliegue verbal que el autor les concede. El gusto del escritor por los juegos de palabras, por la inteligencia verbal, se traduce en una Ada exasperantemente sabia y en un Van apasionado por la esgrima estilística.
    No obstante, la falta de rumbo termina por pasar factura y la parte final de la novela, después de tantos desencuentros y de tantos flemáticos episodios, se lastra con la inevitable sospecha de que tras la historia del amor entre Ada y su hermanastro Van no hay nada.
    ¿Y acaso importa (se podría preguntar más de uno)? No demasiado, porque el innegable genio del autor se basta y se sobra para hacer de su fútil epopeya un cuento de hadas que encandila al niño que se esconde dentro del lector. Pero no se puede negar el hecho de que tanto circunloquio, tantas idas y venidas, tantas desventuras acaben por empobrecer el desarrollo de una trama que, aun endeble, podría haberse resuelto en menos espacio. Y no porque la extensión suponga un problema per se, sino porque la condensación de las experiencias de los protagonistas hubiera contribuido a la coherencia temática y otorgado al texto una profundidad y hondura que lo habrían enriquecido mucho.
    Con todo, no hay más que releer el comienzo de esta reseña para comprender que la maestría de Nabokov contrarresta en buena medida esas deficiencias y hace de un detalle todo un asunto de capital importancia para construir una novela casi proustiana. Cierto que hay pasajes extenuantes, y que el ritmo no se mantiene constante a lo largo de sus páginas, pero la magia de una prosa subyugante y unos personajes cincelados a golpe de imaginería verbal son elementos suficientes para hacer de “Ada o el ardor”, aun con sus deméritos, una novela excepcional.

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